Hasta el próximo 30 de septiembre se podrá visitar en el Museo Vázquez Díaz de Nerva la muestra 'Three Artists from España' de tres artistas de la Cuenca Minera de Riotinto: Mario León, Jesús del Toro y Juan Barba y en la que se compilan los trabajos tras su exitoso paso por Broken Hill en Australia.
Juan Fernández Lacomba escribe en el catálogo de la exposición Three Artists from España que resulta sintomático en el caso de estos tres artistas de la zona minera que ahora se desplazan en esta “embajada artística a Broken Hill” en el desierto australiano. Un viaje geométrico al otro lado del globo, como si fuese posible un nuevo Viaje al centro de la Tierra: un viaje ciertamente alucinado a la vez que científico-positivista del que dio buena cuenta Julio Verne. Lo que nos llevaría metafóricamente a la ficción de poder traspasar mediante una galería que nos conectara de un lado a otro, para definitivamente emerger en nuestras antípodas. Curiosamente una zona igualmente desertizada y mineral: Broken Hill, el Río Tinto australiano. Y continua Lacomba: (...) Y hablando de viajes, en esta ocasión viajan tres creadores que representan tres actitudes diferentes. Tres personalidades dedicadas a la práctica artística que han decidido asentarse y vivir en ese escenario: un paisaje geológico, descarnado, con una sociología entre pionera y esencial. Donde lo vital se reduce a un romanticismo de lo fundamental, frente a lo conspicuo o alienante que puedan aportar la vida en las ciudades modernas. Un indicio más, de que el arte, a pesar de tradicionalmente estar transmitido y germinado en el intercambio urbano y recambiado por el relevo de las sucesivas generaciones, también ha gozado de posiciones de distanciamiento o, al menos, no convencionales. La escueta vida en las poblaciones mineras y el desierto parecen proporcionar ese escenario necesario para estos tres artistas que han decidido persistir en su individualidad:
Mario León (Nerva, Huelva, 1942). Es el artista decano de la Sierra de Huelva. Pintor de sinfonías cromáticas y cultivador de un pseudo abstraccionismo lírico, pero de incuestionables referencias a figuras y lugares. Explorador de armonías y texturas de la materia, siempre traducidas en el plano de lo pictórico, cultivó un tiempo reinterpretaciones cromáticas de grandes obras maestras. Otras veces se muestra proclive a estilizaciones formales y murmullos provenientes de visiones figurativas y concreciones representativas, que en ocasiones aspiran a ser metáforas (serie de mujeres, meninas y divas, al modo de diosas exóticas en sensuales actitudes). Su plástica, siempre en claves de gamas cromáticas, es de un expresivo contenido, pero con una intensidad descriptiva proyectada en figuraciones que aparezcan disueltas, en gamas de cierta musicalidad, y en donde la forma adquiere un carácter entre hedonista y voluptuosa, que contrasta con la sutilidad de gamas y atmósferas. De especial significación son sus serie de paisajes, siempre dentro de su vocación de colorista nato, dedicados a lugares mineros como la Peña de Hierro, en donde la planitud y el color parecen añorar una plenitud: de superficies y planos de desarrollo abstracto.
Jesús del Toro (Zalamea la Real, Huelva. 1958): Formado en el contexto de la capital sevillana, es un artista de aluvión: de evidente fortaleza en sus decisiones y propuestas artísticas. Iniciado en el ardor figurativo de los años en que la relectura clásica de ciertos mitos fueron reactivados, dentro de la fiebre postmoderna de los ochenta, más tarde fue evolucionado hacia un expresionismo convulsivo y grafista, cuyas obras eran entendidas, desde su particular óptica como “ejercicios de libertad”. En donde solían acumularse tensiones e informaciones figurativas de escalas diversas, que en todo caso siempre tienen que ver con la experiencia y el juicio crítico individual. Enérgicas conjunciones y aglomeraciones de objetos que presentaban aspectos descriptivos a la par que un carácter de primitivismo expresivo. Mas que cuadros, el artista realiza actos plásticos desde una perspectiva en donde lo rural adquiere cierta determinación y relevancia. Producto de un cierto margen, derivado de lo urbano, de lo acumulativo y el graffiti . Estas son obras como enérgicas, en donde abunda la acumulación de imágenes y arquetipos, y en donde se ponen en juego tanto gestos convencionales, de asentimiento como al mismo tiempo dan testimonio y participan de cierta ironía, otras a veces de quieren proclamar una supervivencia canalizada a través de contestación y rebeldía.
Juan Barba Robles (Nerva, Huelva. 1957). Estudiante de la Escuela de Bellas Artes de Sevilla en sus primeras incursiones en el mundo de la creación, que tuvieron lugar en los ochenta, estuvo interesado por derivaciones locales del mundo pop. Representadas entonces en populares escenarios y lugares urbanos, como tiendas y garitos de carácter, con una fuerte expresividad sociológica. Pasado ese, digamos “documentalismo” que podríamos calificar de “pop de costumbres” de carácter local, poco a poco fue abriéndose entre impresiones, arquitecturas y perfiles, a nuevos territorios plásticos, con acercamientos cromáticos ya próximos a la abstracción por entonces vigente allá por los años setenta sevillanos. Inmerso entonces en una “no figuración”, de valores cromáticos y de pinceladas, durante los años ochenta su producción pictórica estuvo marcada por un acercamiento hacia la identificación con el paisaje de la Cuenca Minera en particular y serrano en general. Atraído por los alrededores de Río Tinto y Nerva: por instalaciones fabriles, puentes como el del río Jarama, el Cerro Colorao, cortas y minas, así como visiones entre monumentales y totémicas de efectos industriales. Como el famoso malacate situado a la entrada de la población de Nerva. Nueva enseña del pasado minero de la población, que el artista ha sabido integrar en su iconografía. En realidad, se trata de unas construcciones de eje vertical, muy usadas en las minas para extraer minerales y agua, que sostenían grandes poleas, sustentadas a su vez por grandes estructuras de hierro que venían a constituir un elemento emblemático del ya histórico paisaje minero. Los malacates vienen a ser auténticos testigos evocadores de la revolución industrial, visto ahora por el ojo del pintor como un totem tecnológico y meta-humano. Evocación, expresividad y memoria eran los tres parámetros en los que entonces se movía el pintor. Esta consciencia de lo expresivo, entre el descubrimiento y la memoria, llevó al pintor a internarse y descubrir parcelas del paisaje minero: estructuras y escenarios, pero también planimetrías más o menos emancipadas de los lugares topográficos pero con referencias a ellos. En un intento de mantener – casi a vista de pájaro - una conexión de identificación de su paisaje. De modo que, entre estructuras, planimetrías y tramas, derivadas del paisaje centrará su plástica en estos últimos años.
En cierto modo, la pintura de estos tres artistas, viene a constituir un testimonio de resistencia y de perseverancia en un lenguaje: el pictórico, con sus luces y sus sombras, pero, en donde indudablemente existe un compromiso artístico y local. Artistas, por otra parte, resistentes, entre expresionismos y miradas individualizadas, frente a conceptualismos y a la tan cacareada y desgastada consigna de la “muerte de la pintura”. En resumen, tres artistas conscientes de su localización: la zona minera de Río Tinto. Tres creadores que no hacen ascos a la posibilidad de identificarse con una cultura y un pasaje: las que les ha tocado por nacimiento y por elección; sin por ello dejar de sentirse pintores. En definitiva - y volviendo al principio de “pintor es el que pinta”- , sin tampoco porqué rechazar sus motivos ni sus emociones inmediatas, desde una dudosa e inabarcable - pero también posible e inevitable - posición de globalidad.
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