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domingo, 21 de octubre de 2012

Entre dos miradas poéticas nervenses: Juan Antonio Arias y Pedro Ferreira.- Introducción

Minero de estrellas, 
de J.M. Morón
En el continuo germinar de Arte en nuestra tierra, - ya sea debido “al espíritu de libertad de sus ciudadanos por su privilegiada ubicación en la zona”; o al “hecho de 'estar conviviendo' con unas tonalidades paisajísticas muy peculiares"-, la poesía es quizás la faceta artística que menos se ha prodigado en Nerva, en comparación con la pintura o la música. Sin embargo, si hay una figura que envuelve la retina poética de todos los nervenses esa es la del insigne José María Morón y su Minero de Estrellas:

(…) ¿Nombres? Yo no recuerdo ninguno entre mis labios,
 sólo el enorme, anónimo, del genérico esfuerzo.
 ¡Hombres de hollín y lodo! ¡Mineros de Río Tinto! 
 Yo os guardo en el más alto mirabel del recuerdo.

 (“Epístola a los mineros de Río Tinto” de José María Morón: Minero de Estrellas. Diputación de Huelva, 1993.)

Último poemario del riotinteño
Juan Cobos Wilkins
Claro que hay además otros nombres de nervenses que brillan por su amor a los versos. Junto a Morón, algunos de ellos aparecen recogidos en el libro Artistas Nervenses. Ventana Abierta al Arte Contemporáneo.1882- 1942 (Juan Gómez Moreno: 1996): Benito Cabanas Pérez, Manuel García Díaz, Manuel Martín Vázquez, y José Antonio Vázquez del Águila. Ya en generaciones venideras y más actuales, retumban también otros nombres: como el entrañable Alberto Calero y su Poeta en la calle, la silueta minera sempiterna Manuel J. Pérez Illescas, el siempre entregado a Nerva Juan Francisco Román, la fuerza de los versos mineros de Antonio Perejil- Delay, o uno de los más jóvenes premiado hace años según aparece en varios Nervae antiguos, José Luís Villalba. Y cómo olvidar aquí al poeta de “la tierra de la cicatriz roja”, -uno de los más laureados últimamente y premio Torre de Nerva de hace unos años- y que da alas a la Cuenca Minera de Riotinto con sus versos cuidados: el riotinteño Juan Cobos Wilkins.

Ilustración de Mario León en
El silbo del Minero, de
M.J. Pérez Illescas.
Releyendo El Silbo del Minero de Pérez Illescas, en el prólogo de Vázquez del Águila se encuentran las claves del verdadero papel del poeta y que toman más valor aún en los tiempos que vivimos de crisis e incertidumbre: “Quizás la voz del poeta sea la más adecuada para levantar monumentos, cantar gestas o perpetuar imágenes que el devenir de los tiempos termina por sepultar en el olvido. En el poeta florece siempre un corazón eterno. Mientras canta, su corazón late entre luces y sombras: aquellas, para alumbrar caminos y descubrir senderos; éstas, para rumiar reposos, fracasos o silencios. Cuando el poeta calla, sigue su corazón latiendo, pero – ya despojado de sombras-sólo entre fulgores que reflejan corazones ajenos”. Sí, es la hora del descubrimiento de la poesía nervense, de la poesía nueva y viva, de esa que fluye sin receso como el Tinto hacia la campiña, con fuerza y a veces serpenteantes por los libretos en blanco de dos poetas; sí, con sus luces y sus sombras, con sus gritos y sus silencios, pero libres, siempre libres: Juan Antonio Arias y Pedro Ferreira, en los que juventud y madurez juegan a ser en sus versos una misma esencia que late, que siente y, sobre todo, que vive siempre con los pies en el suelo.

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