'Alcázar' por Ángela Arias. Técnica mixta sobre lienzo (100x65 cms). 2007
Siempre he observado con asombro cómo la luz pasa entre las ramas de los árboles, frondosos y verdes algunos o debiluchos y amarillentos otros,… y dibujan siluetas en la tierra, baldías unas, floridas otras. De como, caída la tarde, los rayos de luz, agonizantes, buscan recovecos insospechados por donde pasar y reflejar en la superficie colores nuevos y sin igual: naranjas, rojizos, ocres ,...
Y siempre me he preguntado cómo cuando intentamos reflejar tal estampa lo hacemos dibujando unas copas frondosas y opacas, sin aire y sin luz, sin cabida al movimiento,… como si nuestra particular cámara fotográfica, el ojo humano,- fiel y engañoso a la vez-, hubiera quedado flasheado (perdón por el anglicismo) por esa luz tenue a veces, brillante otras, y que traspasa sin darnos cuenta el entresijo de ramas, tallos y hojas del árbol en cuestión.
Será deformación profesional, -como gustan teorizar algunos amigos psicólogos y filósofos de la vida-, que tiendo a analizarlo todo con cierto matiz pintoresco, colorista a veces, tenebroso otras, pero en definitiva muy a mi manera, como me dá la real gana sin normas estilísticas ni imposiciones de otros, siempre presa de mis sensaciones del momento,… En esta ocasión, en esa incapacidad nuestra de realizar un simple boceto de tan natural escena creo ver una muralla infranqueable de nosotros mismos, un miedo ,-escénico o no- a que esa tenue luz a veces y brillante otras deje entrever nuestro verdadero yo entre los ramajos sobre los que sustentamos nuestra supervivencia en sociedad,.. y consiga hacernos ver debiluchos por momentos, fuertes y déspotas otros,… que muestre ese yo que no es rentable, ese que no vende, ese que no es un producto más del sistema o el antisistema al que queremos y deseamos suscribirnos como sea y del que nos creamos un falso sentimiento de pertenencia sin dejar ver qué fuimos, qué somos y a dónde vamos, sin ser nosotros mismos, los que éramos, los que somos y los que seremos…
Pero pronto nos damos cuenta de que, con el serpentear del paso de los años, esas nuestras murallas infranqueables no son más que los castillos de arena que de niños construíamos en la playa una tarde cualquiera,… y que pronto se convierten en la causa de nuestro llanto de aquella tarde, porque ingénuos de nosotros, asisitiríamos inmóviles y absortos a cómo la mar se los llevaba sin permiso y sin avisar,..
Y siempre me he preguntado cómo cuando intentamos reflejar tal estampa lo hacemos dibujando unas copas frondosas y opacas, sin aire y sin luz, sin cabida al movimiento,… como si nuestra particular cámara fotográfica, el ojo humano,- fiel y engañoso a la vez-, hubiera quedado flasheado (perdón por el anglicismo) por esa luz tenue a veces, brillante otras, y que traspasa sin darnos cuenta el entresijo de ramas, tallos y hojas del árbol en cuestión.
Será deformación profesional, -como gustan teorizar algunos amigos psicólogos y filósofos de la vida-, que tiendo a analizarlo todo con cierto matiz pintoresco, colorista a veces, tenebroso otras, pero en definitiva muy a mi manera, como me dá la real gana sin normas estilísticas ni imposiciones de otros, siempre presa de mis sensaciones del momento,… En esta ocasión, en esa incapacidad nuestra de realizar un simple boceto de tan natural escena creo ver una muralla infranqueable de nosotros mismos, un miedo ,-escénico o no- a que esa tenue luz a veces y brillante otras deje entrever nuestro verdadero yo entre los ramajos sobre los que sustentamos nuestra supervivencia en sociedad,.. y consiga hacernos ver debiluchos por momentos, fuertes y déspotas otros,… que muestre ese yo que no es rentable, ese que no vende, ese que no es un producto más del sistema o el antisistema al que queremos y deseamos suscribirnos como sea y del que nos creamos un falso sentimiento de pertenencia sin dejar ver qué fuimos, qué somos y a dónde vamos, sin ser nosotros mismos, los que éramos, los que somos y los que seremos…
Pero pronto nos damos cuenta de que, con el serpentear del paso de los años, esas nuestras murallas infranqueables no son más que los castillos de arena que de niños construíamos en la playa una tarde cualquiera,… y que pronto se convierten en la causa de nuestro llanto de aquella tarde, porque ingénuos de nosotros, asisitiríamos inmóviles y absortos a cómo la mar se los llevaba sin permiso y sin avisar,..
1 comentario:
La vida secreta de los árboles me parece un texto precioso. Refleja, y hablo personalmente, mis sensaciones ante los castaños centenarios que me rodean en Fuenteheridos. En mi Nerva natal disfruté poco de la arboleda. Recuerdo con cariño los antiguos naranjos del paseo y los enormes eucaliptos del parque, pero poco más. El "cerro moro" que divisaba desde una pequeña ventana de mi antigua casa me producía una sensación de soledad asombrosa.
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