El periodista nervense Juan Carlos León Brázquez, quien hace unos días era actualidad en Yo Periodista por su Premio Defensa'09, ha dejado impresos sus recuerdos del viejo tren de Riotinto en La Factoría. dedicados a la autora de este blog y a " los amigos que mantienen viva la memoria del tren en nuestra comarca minera" , En dos 'capítulos' y con una prosa cuidada y llena de vibrantes anécdotas, León Brazquez logra introducirnos en el tren de viajeros de la época, haciéndonos partícipes no sólo del paisaje a través de la ventanilla, sino incluso del olor característico del viejo vagón, del traqueteo,...
Estación de El Valle a la llegada de un tren de viajeros procedente de Nerva y remolcado por la Locomotora nº 106. Al fondo, la llegada de otro tren ren procedente de Zalamea y El Campillo remolcado por la nº 16. (Foto: Paco Alcázar)
Las vagonetas cargadas de mineral asomaban como un largo gusano anillado con final en una cabeza humeante. Un caballo de hierro del viejo oeste americano arrastrando una interminable fila de vagones ennegrecidos y abrumados por el peso de las entrañas de una tierra a la que durante siglos y siglos, milenios, se ha escarbado arañando las vetas de sangre que la mantenían viva. Allí estaba yo, con el traqueteo incrustado en todo mi cuerpo. Ni gimnasia ni magnesia, un tren me masajeaba con desprecio infinito una anatomía endeble que luchaba por formarse.
Primitivas cocheras Naya. Fueron las primeras que se construyeron con el Fc de Riotinto, ubicadas junto al desaparecido pedanía de La Naya.
Era mi destino, por aquellos años a finales de la década de los sesenta no había muchas alternativas para viajar por estrechas y mal cuidadas carreteras. A los inspectores de escuela y de sanidad les sonaba a maldición divina tener que ir desde Huelva a la Sierra, lo más que no les molestaba era llegar a la Cuenca Minera, del río Tinto como me gusta llamarla y como creo debería llamarse. En fin, que si ellos soportaban tamaños destinos, porqué un jovencito como yo no iba a soportar las cuatro y hasta cinco horas que duraba aquel trayecto. Lo que hoy casi nos parece que está a tiro de piedra, por aquellos años era como un viaje al Cáucaso. El caso es que había comenzado mis estudios en Huelva y el viaje se afrontaba como una aventura incómoda absolutamente necesaria. Tenía tres alternativas; que me llevara mi padre, que no siempre podía; o la camioneta –a la que hoy llamamos autobús- pero con unos horarios incompatibles con mi destino, o el tren minero que llevaba el rastro de tanto sudor e ilusiones hasta el imponente muelle metálico de la costa en donde cada día se despedía para siempre un trocito de nuestra tierra. (...) Para leer el articulo completo, pincha AQUÍ
Era mi destino, por aquellos años a finales de la década de los sesenta no había muchas alternativas para viajar por estrechas y mal cuidadas carreteras. A los inspectores de escuela y de sanidad les sonaba a maldición divina tener que ir desde Huelva a la Sierra, lo más que no les molestaba era llegar a la Cuenca Minera, del río Tinto como me gusta llamarla y como creo debería llamarse. En fin, que si ellos soportaban tamaños destinos, porqué un jovencito como yo no iba a soportar las cuatro y hasta cinco horas que duraba aquel trayecto. Lo que hoy casi nos parece que está a tiro de piedra, por aquellos años era como un viaje al Cáucaso. El caso es que había comenzado mis estudios en Huelva y el viaje se afrontaba como una aventura incómoda absolutamente necesaria. Tenía tres alternativas; que me llevara mi padre, que no siempre podía; o la camioneta –a la que hoy llamamos autobús- pero con unos horarios incompatibles con mi destino, o el tren minero que llevaba el rastro de tanto sudor e ilusiones hasta el imponente muelle metálico de la costa en donde cada día se despedía para siempre un trocito de nuestra tierra. (...) Para leer el articulo completo, pincha AQUÍ
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